sábado, 8 de noviembre de 2014

Lista Útil para las jodidas Crisis Existenciales

Una vez alguien me dijo que tenía una lista de cosas por las que merece la pena vivir. “No es una lista típica”, intentó explicarme, “llena de posibilidades y positivismo de ese de mierda. Es una lista útil, de la que coges cuando sientes un vacío existencial infinito e inabarcable y la lees con la sensación de que nada merece la pena y la vacuidad de la existencia es lo peor que puede haber en el Universo, y se te pasa. No se te pasa porque de pronto sientes la necesidad de cambiar el jodido mundo, que está muy jodido, o porque reencuentras tu espiritualidad perdida y te vas a un monte chino a raparte y hacer budismo. Simplemente se te pasa porque tienes un libro para leer, a tu madre que te va a hacer un cocido si la llamas y una lista de canciones en spotify que te comprenden mejor que tu puto mejor amigo. Es esa clase de lista”.

Recuerdo que le miré fijamente desde detrás de mi capuccino con chocolate y dos de sacarina y que pensé: “este tío está muy loco”, y que cuando nos despedimos yo ya había decidido que no quería volverle a ver, porque a mí las listas no me gustan, y menos las útiles. Esas son horribles.

Pero el otro día se me ocurrió que, si tuviera una Lista Útil para Las Jodidas Crisis Existenciales, además de mi madre, el café y los cantautores irlandeses que ha bendecido alguna divinidad celta, también pondría ahí el comprar libros.

Entededme, yo no soy una persona especialmente materialista. Tengo difuminado eso de la propiedad y la posesión: le quito los pintauñas a mi hermana y siempre me olvido de pedir de vuelta los libros que dejo. Que al final vuelven, normalmente. Pero el caso es que amo los libros y, sin embargo, no siento un vacío en el corazón ni ninguna de esas movidas que a veces me cuentan sobre no poder dormir y necesitar tenerlos todos ordenados en las estanterías. Menudas chorradas: mejor en el corazón de una persona más que cogiendo polvo en mi habitación, digo yo.

Y a pesar de todo, comprar libros iría en mi hipotética Lista. Pero no por el hecho de comprar, o de oler las páginas de los libros, o poder palpar la historia y llevarte un buen recuerdo. Es por ese momento en el que entras en una librería y compras “un libro”. Un libro sin más, un libro que has visto ahí y te ha llamado la atención pero no ha creado expectativas en ti y te lo llevas en una bolsita pensando “bueno, un libro más, espero que me entretenga unos cuantos días”. Pero entonces llegas a tu casa, coges una taza de café, o chocolate, o lo que sea que bebáis cuando pasáis una de esas tardes catárticas leyendo y pasando del mundo de mierda que se hunde cada vez más y se hace pedazos. Y abres el libro, ese libro que solo es uno más de los veinte mil que podrías haber cogido, y empiezas a leer. Y sigues leyendo. Sigues, sigues, sigues, y al final bebes el libro en vez del café, bebe tu alma, tu corazón, tu mente, tu puto Ser está ahí bebiéndose una historia contada con delicadeza, certeza y belleza. Con Arte, arte en mayúsculas.

Es bonito enamorarse. Enamorarse de un libro también es precioso. Porque a veces es lo que pasa: que te enamoras. Que empiezas leyendo siendo una persona y cuando terminas eres otra completamente diferente. O quizás solo sutilmente diferente. Pero distinta al fin y al cabo. Miras el mundo y lo ves de otra manera y recuerdas que ese libro cayó en tus manos por pura casualidad, porque te perdiste caminando por ahí y acabaste en una librería que parecía buena y entraste pensando: “no, hoy no me voy a comprar nada”; pero lo haces. Compras un libro. Y, he ahí la clave, te llevas un tesoro.

Esa es la clase de cosas que irían en mi Lista para las Jodidas Crisis Existenciales.


Pero el caso es que, bueno, sigo odiando las listas.  

martes, 16 de septiembre de 2014

Los hombres no tienen derecho a ser femeninos y heterosexuales.

Ayer estaba caminando por la calle sin los cascos puestos (algo poco usual, pero se me quedó sin batería el mp4) cuando escuché el retazo de una conversación entre dos chicos de mi edad. Uno le comentaba al otro que un tal Alejandro (pobrecito él, debería mirar con quién se junta) era demasiado maricón. "En serio, tío, me da igual que le molen las pollas pero ¿tiene que ser tan maricón?, ¿no puede disimularlo un poco?"

Aquello me sorprendió, mucho. Además de por la frase, que es para analizarla, porque aquello lo dijeron chicos de mi edad. Una piensa que estas cosas son de los abuelos, que han vivido en otras épocas y tienen otra mentalidad. Pero, al parecer, me equivocaba. 

Siempre he odiado la palabra "maricón" o "marica". Me peleo con cualquiera que la dice. Una vez una chica me preguntó por qué me molesta tanto. Intenté explicarle, lo más calmadamente posible (que no fue mucho) que aquella palabra era una segregación hacia los gais, una manera insultante de decirles. Ella, toda sorprendida, me contestó: 

-Pero es que hay gais y luego maricones. Los gais normales no son así super femininos que se les nota por todas partes lo gais que son

Cabe decir que aquello me dejó tan muerta que ni siquiera pude contestarle en ese momento, pero después reflexioné mucho sobre ese tema (supongo que buscando no volver a quedarme sin palabras si volvía a surgir). 

La diferenciación entre gais y maricones se basa en cuán femeninos se comportan los hombres homosexuales (e incluso heteros, en muchos casos). Según lo que aquella chica me dijo, los gais "normales" no se distinguen de los heterosexuales, mientras que los "maricas" sí. Ellos son como chicas, o algo así. 

Este estigma existe en todas partes, y nos bombardean con él: el típico amigo gay que habla muy tía, tienes un cutis ¡precioso! y acompaña a las mujeres a comprarse cosas y cotillear sobre hombres en sus fiestas de pijamas. Son hombres poco hombres que cuidan su imagen y a los que les gusta combinar ropa y la moda (porque ser hombre depende de cómo se viste uno; cuanto peor, más hombre). 

A mí esto me parece injusto. No por los "maricas" (que también), si no por los heterosexuales a los que les guste la moda. Que los hay, seguro. Yo conozco a algunos. Son estos hombres que se depilan (hasta las cejas), se ponen pañuelos que combinan con el reloj y beben Martini en vez de cerveza. Estos hombres tienen que enfrentarse al mismo rechazo que los homosexuales afeminados, pero ellos se salvan porque solo parecen maricas. 

El otro día hablé de este tema con un amigo mío muy macho, de esos que beben cerveza, se dejan barba y escuchan death metal (porque, claro, también está lo de "si escuchas Lady Gaga eres gay y si escuchas metal eres super macho"). Él escuchó mis quejas y luego reflexionó en voz alta diciendo "no creo que la gente sepa a qué se refieren con marica; es una manera fea de decir a los gais, supuestamente, pero al final también se usa para los chicos que son simplemente femeninos; es como si al ser hombre solo pudieras ser marica y gay o machote y hetero. La gente sigue conectando mucho la feminidad con la homosexualidad, como las chicas "machotas" que son lesbianas", y ahí me miró con complicidad porque una servidora ha tenido que sufrir bastante con ese tema en la adolescencia. 

Fue ahí cuando descubrí por qué me molesta tanto ese término: no solo porque sea una manera de humillar a los gais (cuántas veces habré escuchado a mi padre decir "en mi época los maricones eran maricones, y punto"), sino porque es una manera de humillar a todos los hombres que no intentan ser el Macho del año. Cada quien debería poder ser quien quiera y como quiera. Yo no soy bollera por ponerme camisetas de cuadros, y los hombres que se ponen pañuelos no son gais. No, al menos, por ello. Conozco a hombres que derrochan masculinidad (y hacen temblar piernas, literalmente) y son homosexuales, y conozco a mujeres que desbordan feminidad y son lesbianas. El día en que separemos cómo nos comportamos, nuestros gustos y los encasillamientos sociales de la sexualidad será un gran día. Y el día que terminemos con dichos encasillamientos, será EL gran día.